Alas de Cristal»: El Vuelo Frágil de la Palabra que Repara
Hay libros que nacen para ser admirados, y otros que surgen para respirar fuera del cuerpo que los ahogaba. «Alas de Cristal» (2025), el poemario de Adriana y Eduardo Garbayo, pertenece a los segundos. Desde sus primeras páginas, una confesión nos golpea: «No toda la poesía nace para ser admirada». Y es cierto: estos versos no buscan aplausos, sino nombrar el desorden interior que duele en silencio.
Imaginen un lienzo donde cada poema es una pincelada de luz y sombra. Cinco partes tejen un viaje desde la esperanza hasta el abismo: comienza en «Días de viento y seda», con amaneceres y mariposas que susurran amor, y culmina en el «Mágico infierno» de cárceles interiores y cenizas. Entre ambos extremos, la vida se desgarra en versos que son heridas abiertas:
«Prisionera del mundo, / encarcelada en sueños»
(de «Polvo de estrellas»)
La voz de Adriana (seudónimo de una poeta y trabajadora social con cuatro décadas de trayectoria) lleva la cicatriz de quien ha acompañado el dolor ajeno. Sus poemas –«La mujer del cántaro», «Espera mi amor, voy a tu encuentro»– son testimonios de resistencia femenina, donde el cuerpo gitano, la soledad y la memoria se funden en imágenes líquidas: «Tu piel sedosa y ámbar / suplica caricias / de mi cuerpo etéreo».
Junto a ella, Eduardo Garbayo (ingeniero y escritor de ciencia ficción) aporta un contrapunto de precisión y oscuridad lúcida. Su mirada técnica se vuelve poesía en versos como «Fuego, vida, segundos… cenizas», donde el tiempo devora todo: «La vida arde / como la hojarasca / y cubre el suelo de cenizas».
¿Por qué duele (y cura) este libro?
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Es un acto de reparación: Adriana lo sabe bien –coordina talleres de poesía terapéutica en cárceles–. Sus versos convierten las heridas en lenguaje: «Escribo para nombrar lo que duele y lo que vuelve a florecer».
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Rompe la complacencia: Aquí no hay edulcorantes. La noche se «rasga con besos de miel y azahar», pero también llega «el amargo final». La tristeza entra sin pedir permiso en la alcoba, «empañando los cristales» de la ventana.
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Su belleza es quebradiza: Como el cristal de sus alas, los poemas unen fragilidad y resistencia. En «Solo soy amor», una declaración se alza contra el vacío: «No quiero ser rayo / ni lago tranquilo… / Soy fuego / soy verdad, amor. / Solo, solo amor soy».
El prólogo lo advierte: «Si lo acompañas con el alma abierta, no saldrás ileso». Y es cierto: leer este libro es tocar con los ojos las grietas propias. Pero también es encontrar un extraño consuelo: en la voz compartida de dos autores, en la crudeza que nos nombra, en esa luz que se filtra entre los restos.
«Alas de Cristal» no pide ser leído: pide ser escuchado por dentro. Para quienes crean que la poesía aún puede ser refugio y grito, este vuelo –frágil, transparente, necesario– es un regalo.
Un dato final:
El libro incluye poemas escritos por Adriana en 2003, ahora revisitados. Como ella misma dice: «La palabra poética es un acto de reparación». Y estas alas, rotas y hermosas, reparan.